miércoles, octubre 08, 2008

La necrópolis real de Filipo II

Después de varios meses sin actualizar el blog, retomamos la arqueología clásica para analizar uno de los mayores hallazgos de la historia antigua: la necrópolis tumular que custodia la tumba real de Filipo II, rey de Macedonia y padre de Alejandro Magno.

Vergina, a 75 km al suroeste de Salónica, en el norte de Grecia, fue explorada por primera vez por el arqueólogo francés Léon Heuzey, quien comenzó a excavar en 1861. En aquellos años no podía imaginar a qué resultados llevarían las indagaciones futuras. Tampoco podía saber, dado que no disponía de ninguna sugerencia ofrecida por las antiguas fuentes literarias, a qué ciudad pertenecían las ruinas que estaba explorando. A las excavaciones situadas entre las aldeas de Palatitsia y Vergina les dio el nombre de Balla, una denominación extraída de una antigua publicación y sin ninguna referencia directa con el yacimiento.

Las excavaciones modernas, iniciadas en los años 1937-1938, descubrieron estructuras palaciales, identificadas anteriormente por Heuzey, junto con un teatro y los cimientos de un templo pequeño. Pero los descubrimientos más extraordinarios se remontan a finales de los años setenta, cuando las excavaciones en la necrópolis, dirigidas por el arqueólogo griego Manolis Andronikos, revelaron al mundo la sensacional identidad de las ruinas. En efecto, el yacimiento de Vergina no era sino la antigua ciudad de Aigai, la capital del poderoso reino de Macedonia.

Desde finales del s. V a. C., cuando el rey macedonio Arquelao construyó su nueva capital en Pella, las fuentes mencionan la ciudad de Aigai tan sólo en raras ocasiones. El acontecimiento que elevó la ciudad a un lugar destacado en las crónicas de la época fue el asesinato del rey Filipo II de Macedonia, ocurrido en el teatro de la antigua capital en el año 336 a. C.

La gran necrópolis que acoge los restos de Filipo II se extiende al este de la pequeña localidad de Vergina, en un área de pocos kilómetros cuadrados, en la que se encuentran más de 300 túmulos funerarios. La mayor parte de éstos no superan el metro de altura, y su diámetro varía de los 15 a los 20 m. Las indagaciones arqueológicas han demostrado por otra parte que la edad de los túmulos difiere notablemente. El más antiguo se remonta a la primera Edad del Hierro (1000-700 a. C.), y el más reciente al periodo helenista (hasta el s. II a. C.).

En los límites occidentales de la necrópolis se encuentra un túmulo de dimensiones totalmente excepcionales. Se trata de una auténtica colina, de 110 m. de diámetro y más de 12 m. de altura. Cuando, en la segunda mitad del s. XIX, Léon Heuzey registró en sus apuntes el gran monumento, escribió: "Se trata ciertamente del más bello de los túmulos de Macedonia... En el interior de éstos, como en las tumbas subterráneas de Egipto y de Etruria, existe algo más que una mera selección de objetos antiguos. En estos túmulos yacen la vida y la historia de todo un pueblo en espera de ser descubiertos".

La intuición de Heuzey demostró ser acertada durante la campaña arqueológica llevada a cabo por Manolis Andronikos en verano de 1977. Excavando los estratos del gran túmulo en busca de la tumba para el que había sido construido, Andronikos se encontró ante tres construcciones sepulcrales distintas, aún cerradas y sin los habituales rastros dejados por los profanadores de tumbas. La tumba principal, cuya fachada con la puerta de acceso estaba adornada con columnas dóricas y por un friso pintado que representaba escenas de caza, fue explorada el ocho de noviembre de 1977, cuando, a través de una abertura creada al desplazar una piedra de la bóveda, Manolis Andronikos descendió hasta la cámara funeraria. El arqueólogo griego fue el primer hombre en poner un pie en la cámara funeraria después de su cierre, efectuado más de dos mil años antes.

El descubrimiento superaba en mucho cualquier expectativa. En el interior de la tumba había numerosos objetos, entre los que destacaban finísimas vajillas de bronce y plata, armas y partes de armaduras, una gran espada, canilleras, yelmos y puntas de lanza. Un escudo de oro y plata yacía hecho pedazos; una coraza de hierro, acabada con un delgado fileteado de oro y tachuelas en forma de cabeza de león, yacía a poca distancia del sarcófago. Una vez levantada la tapa del sarcófago de mármol situado en el centro de una pared de la cámara, los arqueólogos se encontraron ante el descubrimiento más emocionante: una urna de oro ricamente decorada, en cuya tapa figura una gran estrella de 16 puntas. En su interior estaban los restos de los huesos del difunto, junto a los fragmentos de una corona compuesta por los centenares de láminas de oro.


El descubrimiento de los objetos conservados en la antecámara suscitó un gran asombro. En este punto, apoyados en la jamba de la puerta que conducía a la cámara sepulcral principal, había una extraordinaria aljaba de oro repujado y dos canilleras de bronce. Un sarcófago de mármol con una segunda urna de oro, esta vez decorada con una estrella de tan sólo 12 puntas, custodiaba los restos de una mujer. Inmediatamente quedó claro lo siguiente: la tumba, con su contenido, que representa el mayor tesoro hallado en una tumba griega, era la de Filipo II, el decimoctavo rey de Macedonia, que reinó desde el 359 hasta el 336 a. C. y conquistó el dominio sobre Grecia tras la batalla de Queronea. En una pequeña cabeza-retrato de marfil (parte de una cama enteramente realizada con marfil, cuyos fragmentos estaban esparcidos por centenares en la cámara funeraria), se reconoce, en toda su vital expresividad, el rostro del gran macedonio.

La riqueza del ajuar funerario evidencia la magnificencia del reino macedónico años antes de que Alejandro Magno lo encumbrara a la cima de un imperio que se extendería hasta el Indo. ¿Hubiera sido posible el avance macedónico hacia el Este sin el legado de Filipo II? En otra entrada analizaremos la rápida transformación de un este reino de pastores en uno de los Estados más pujantes de la Antigüedad Clásica.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hace no mucho tiempo tuve la oportunidad de descubrir un pequeño y tranquilo pueblo en el norte de Grecia. A pesar del gran tesoro que albergaba, este lugar estaba todavía muy alejado de los excesos turísticos que se pueden encontrar en otras partes de Grecia. Pues si, como seguro que ya has adivinado se trata de Vergina, eso que no sería nada más que un pueblecito agradable si no fuera porque en cada pisada sientes como se revuelve la historia. Un breve vistazo a los alrededores del antiguo teatro, quizá donde Filipo fue asesinado, es suficiente para hacerse una idea de lo que había allí...aunque...no sé, quizá yo tenga mucha imaginación.
Aun recuerdo como, cuando me despedía de los dueños de la magnífica pensión Vergina, la señora intentaba decirme que llevara turistas...espero que nunca sea invadido por hordas de turistas sin escrúpulos.

celebrador dijo...

Seamos arqueólogos en lo básico

El ser humano siempre anheló felicidad

Construyó magníficos edificios esperando encontrarla en ellos

Tururú,solo algún subidón momentáneo de adrenalina

Lilith dijo...

Creo que la localización geográfica de Vergina impedirá que se convierta en un centro turístico masificado.
La mayoría de los turistas quieren visitar el mayor número de lugares en el menor tiempo posible, y Vergina se encuentra muy alejada de los grandes centros turísticos como para entrar en esa dinámica.
Espero que permanezca como un yacimiento reservado a aventureros, mochileros y verdaderos amantes de la historia.
Que sería de los viajes sin las agradables dueñas de las pensiones que nos traen peras frescas para desayunar...