viernes, octubre 06, 2006

Flores malsanas y paraísos artificiales.

Tras varios meses de viajes, descansos y conversaciones caninas vuelvo a insuflar algo de vida a este pequeño refugio de reflexiones antropológicas, históricas y artísticas. Hoy no voy a revivir ningún mito clásico, desempolvar románticas obras de arte ni cuestionar hallazgos arqueológicos.

Esta noche me apetece recordar un poema que leí hace muchos años atraída por la bohemia, los excesos, la sonrisa del hada verde, el ensueño del éter, el calor del opio y los paraísos artificiales que envolvieron la vida de su autor hasta llevarle a la muerte. Me refiero a Charles Baudelaire, sí, el poeta paranoico, suicida, arruinado, alcoholizado, sifilítico y finalmente parapléjico, que bajo su decrepitud superficial escondía uno de los mayores talentos literarios del XIX.

Baudelaire bucea en la belleza de lo aparentemente feo, en el simbolismo de la muerte, en la búsqueda de la verdad y en el romanticismo de lo decadente para ofrecernos poemas tan sugerentes como éste. Disfrutadlo hasta que el gusano os roa la piel.

REMORDIMIENTO PÓSTUMO.

Cuando duermas al fin, mi beldad tenebrosa,
dentro de un gran sepulcro, bajo mármoles negros,

cuando ya sólo tengas por alcoba y mansión
un lluvioso panteón y una fosa en la tierra;

cuando impida la piedra sobre el pecho medroso
y sobre esas caderas de una blanda indolencia,
el latir y el amar que hay en tu corazón,
y a tus pies que prosigan su azarosa carrera,

confidente la tumba de mi sueño infinito
-porque siempre la tumba va a a entender al poeta-

en las noches tan largas en que el sueño está ausente,


te dirá: "¿De qué te sirve, cortesana imperfecta,

el haber ignorado lo que lloran los muertos?"

Y el gusano roerá tu nostálgica piel.


Charles Baudelaire. Las flores del mal.