viernes, febrero 13, 2009
200 años de Darwin.
Ayer se celebró el 200 aniversario del nacimiento de Charles Darwin y los 150 años de la publicación de El origen de las especies. Señor Darwin gracias por arrojar luz sobre las tinieblas.
¿Qué pensaría Darwin de la vigencia de las tesis creacionistas (rebautizadas como "tesis del diseño inteligente) 150 años después de la publicación de El origen de las especies?
"[...]la selección natural, como veremos más adelante, es una fuerza siempre dispuesta a la acción y tan inconmensurablemente superior a los débiles esfuerzos del hombre como las obras de la Naturaleza lo son a las del Arte."
Charles Darwin, El origen de las especies, cap. III.
“Nada en la biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución"
Theodosius Dobzhansky.The American Biology Teacher, p.129.
sábado, octubre 25, 2008
El debate sobre el matriarcado cántabro.
La idea de la existencia de un régimen de tipo matriarcal entre los cántabros y, por extensión, entre todos los pueblos del Norte en época prerromana, se fundamenta, por una parte, en el conocido texto de Estrabón (3, 4, 18): "Por ejemplo entre los cántabros los hombres dan la dote a las mujeres, las hijas son las que heredan y buscan mujer para sus hermanos; esto parece ser una especie de ginecocracia (dominio de las mujeres), régimen que no es ciertamente civilizado"; Y, por otra parte, en la asunción de la teoría evolucionista del siglo XIX, liderada por los antropólogos Morgan, Bachofen y Engels, que sostenían que las sociedades patriarcales son producto de una evolución de sociedades matriarcales primigenias.
Debido al abandono de las tesis evolucionistas y a un mayor conocimiento de las sociedades antiguas del Mediterráneo occidental, la tesis "matriarcal" tiene cada vez menos argumentos a la hora de intentar establecer las características de la organización social de los cántabros en época antigua. Por los datos que nos ofrece Estrabón, lo único que se puede intentar reconstruir es el sistema matrimonial de este pueblo.
J.C. Bermejo, tras analizar el valor concreto de los términos utilizados por Estrabón en el pasaje mencionado y teniendo en cuenta su preciso contexto histórico-cultural, señala que se dio una tendencia estructural al matrimonio entre primos cruzados. Este sistema matrimonial sería de tipo "matrilineal", es decir, los miembros del grupo reciben su identidad por vía femenina, a través de su progenitora. Y además, la pauta de residencia postmarital sería posiblemente "uxorilocal" (el matrimonio instala su residencia junto a los parientes de la esposa).
La descripción que Estrabón hace del tipo de matrimonio entre los cántabros no es suficiente para demostrar la existencia de una "ginecocracia" o "matriarcado", puesto que, si bien las mujeres tuvieron un papel importante en los intercambios matrimoniales (las hermanas dan esposa a sus hermanos), no se debe olvidar que los hombres "dotan a las mujeres", lo cual indica que el hombre posee un importante papel económico en la sociedad cántabra. A esto hay que añadir que tanto el poder militar como el político están en manos de los hombres. Todo ello impide seguir manteniendo, a partir del texto de Estrabón, la existencia de un matriarcado, régimen en el que el papel económico, político, jurídico y religioso de la mujer sería preeminente, considerando el sentido etimológico del término.
Se puede hablar de la presencia de algunos rasgos matrilineales, tal como parece deducirse del tipo de sistema matrimonial y de filiación en una zona muy concreta. Pero de ello no podemos inferir la existencia de un matriarcado, de una sociedad en la que la mujer tenga en sus manos el poder político, económico y religioso. ¿Existió alguna vez un matriarcado? ¿Veremos el fin del patriarcado?
Qué será, será... lo que tenga que ser será...
miércoles, octubre 08, 2008
La necrópolis real de Filipo II
Vergina, a 75 km al suroeste de Salónica, en el norte de Grecia, fue explorada por primera vez por el arqueólogo francés Léon Heuzey, quien comenzó a excavar en 1861. En aquellos años no podía imaginar a qué resultados llevarían las indagaciones futuras. Tampoco podía saber, dado que no disponía de ninguna sugerencia ofrecida por las antiguas fuentes literarias, a qué ciudad pertenecían las ruinas que estaba explorando. A las excavaciones situadas entre las aldeas de Palatitsia y Vergina les dio el nombre de Balla, una denominación extraída de una antigua publicación y sin ninguna referencia directa con el yacimiento.
Las excavaciones modernas, iniciadas en los años 1937-1938, descubrieron estructuras palaciales, identificadas anteriormente por Heuzey, junto con un teatro y los cimientos de un templo pequeño. Pero los descubrimientos más extraordinarios se remontan a finales de los años setenta, cuando las excavaciones en la necrópolis, dirigidas por el arqueólogo griego Manolis Andronikos, revelaron al mundo la sensacional identidad de las ruinas. En efecto, el yacimiento de Vergina no era sino la antigua ciudad de Aigai, la capital del poderoso reino de Macedonia.
Desde finales del s. V a. C., cuando el rey macedonio Arquelao construyó su nueva capital en Pella, las fuentes mencionan la ciudad de Aigai tan sólo en raras ocasiones. El acontecimiento que elevó la ciudad a un lugar destacado en las crónicas de la época fue el asesinato del rey Filipo II de Macedonia, ocurrido en el teatro de la antigua capital en el año 336 a. C.
La gran necrópolis que acoge los restos de Filipo II se extiende al este de la pequeña localidad de Vergina, en un área de pocos kilómetros cuadrados, en la que se encuentran más de 300 túmulos funerarios. La mayor parte de éstos no superan el metro de altura, y su diámetro varía de los 15 a los 20 m. Las indagaciones arqueológicas han demostrado por otra parte que la edad de los túmulos difiere notablemente. El más antiguo se remonta a la primera Edad del Hierro (1000-700 a. C.), y el más reciente al periodo helenista (hasta el s. II a. C.).
En los límites occidentales de la necrópolis se encuentra un túmulo de dimensiones totalmente excepcionales. Se trata de una auténtica colina, de 110 m. de diámetro y más de 12 m. de altura. Cuando, en la segunda mitad del s. XIX, Léon Heuzey registró en sus apuntes el gran monumento, escribió: "Se trata ciertamente del más bello de los túmulos de Macedonia... En el interior de éstos, como en las tumbas subterráneas de Egipto y de Etruria, existe algo más que una mera selección de objetos antiguos. En estos túmulos yacen la vida y la historia de todo un pueblo en espera de ser descubiertos".
La intuición de Heuzey demostró ser acertada durante la campaña arqueológica llevada a cabo por Manolis Andronikos en verano de 1977. Excavando los estratos del gran túmulo en busca de la tumba para el que había sido construido, Andronikos se encontró ante tres construcciones sepulcrales distintas, aún cerradas y sin los habituales rastros dejados por los profanadores de tumbas. La tumba principal, cuya fachada con la puerta de acceso estaba adornada con columnas dóricas y por un friso pintado que representaba escenas de caza, fue explorada el ocho de noviembre de 1977, cuando, a través de una abertura creada al desplazar una piedra de la bóveda, Manolis Andronikos descendió hasta la cámara funeraria. El arqueólogo griego fue el primer hombre en poner un pie en la cámara funeraria después de su cierre, efectuado más de dos mil años antes.
El descubrimiento superaba en mucho cualquier expectativa. En el interior de la tumba había numerosos objetos, entre los que destacaban finísimas vajillas de bronce y plata, armas y partes de armaduras, una gran espada, canilleras, yelmos y puntas de lanza. Un escudo de oro y plata yacía hecho pedazos; una coraza de hierro, acabada con un delgado fileteado de oro y tachuelas en forma de cabeza de león, yacía a poca distancia del sarcófago. Una vez levantada la tapa del sarcófago de mármol situado en el centro de una pared de la cámara, los arqueólogos se encontraron ante el descubrimiento más emocionante: una urna de oro ricamente decorada, en cuya tapa figura una gran estrella de 16 puntas. En su interior estaban los restos de los huesos del difunto, junto a los fragmentos de una corona compuesta por los centenares de láminas de oro.
El descubrimiento de los objetos conservados en la antecámara suscitó un gran asombro. En este punto, apoyados en la jamba de la puerta que conducía a la cámara sepulcral principal, había una extraordinaria aljaba de oro repujado y dos canilleras de bronce. Un sarcófago de mármol con una segunda urna de oro, esta vez decorada con una estrella de tan sólo 12 puntas, custodiaba los restos de una mujer. Inmediatamente quedó claro lo siguiente: la tumba, con su contenido, que representa el mayor tesoro hallado en una tumba griega, era la de Filipo II, el decimoctavo rey de Macedonia, que reinó desde el 359 hasta el 336 a. C. y conquistó el dominio sobre Grecia tras la batalla de Queronea. En una pequeña cabeza-retrato de marfil (parte de una cama enteramente realizada con marfil, cuyos fragmentos estaban esparcidos por centenares en la cámara funeraria), se reconoce, en toda su vital expresividad, el rostro del gran macedonio.
La riqueza del ajuar funerario evidencia la magnificencia del reino macedónico años antes de que Alejandro Magno lo encumbrara a la cima de un imperio que se extendería hasta el Indo. ¿Hubiera sido posible el avance macedónico hacia el Este sin el legado de Filipo II? En otra entrada analizaremos la rápida transformación de un este reino de pastores en uno de los Estados más pujantes de la Antigüedad Clásica.
viernes, abril 18, 2008
Rosario la Dinamitera
Rosario, dinamitera,
sobre tu mano bonita
celaba la dinamita
sus atributos de fiera.
Nadie al mirarla creyera
que había en su corazón
una desesperación,
de cristales, de metralla
ansiosa de una batalla,
sedienta de una explosión.
Era tu mano derecha,
capaz de fundir leones,
la flor de las municiones
y el anhelo de la mecha.
Rosario, buena cosecha,
alta como un campanario
sembrabas al adversario
de dinamita furiosa
y era tu mano una rosa
enfurecida, Rosario.
Miguel Hernández.
jueves, junio 14, 2007
viernes, junio 01, 2007
La conquista de Tiro
En el año 332 a.C, Tiro era la ciudad-estado fenicia más importante. Tenía cerca de 40.000 habitantes, que basaban parte de su prosperidad económica en la envidiable situación geográfica de la isla, con dos puertos fortificados ubicados frente a la costa y rodeada por una gigantesca muralla de unos 45 metros de alto. Unos elementos que llevaron a las tropas de Alejandro a combatir junto a las murallas casi siete meses antes de proseguir su avance hacia Oriente en busca del persa Darío III Codomano.
Los científicos, dirigidos por el doctor Nick Marriner, analizaron los registros de sedimentos costeros de los pasados 10.000 años para descubrir cómo los ingenieros de Alejandro aprovecharon un puente de arena natural, que se generaba mediante grandes restos de sedimentos y olas de baja fuerza, para formar un vínculo permanente con el continente. Según los autores, hace entre 8.000 y 6.000 años existían entornos marinos poco profundos entre los seis kilómetros que separaban la isla del continente. Fue entonces cuando una desaceleración de la subida del nivel del mar postglaciar y la dispersión de las energías de las olas en Tiro provocaron un crecimiento natural de un banco de arena que unía la isla con el litoral. Sólo el uso de estos istmos sublitorales naturales, utilizados por las tropas alejandrinas para construir un puente artificial, permitió romper las defensas de la isla.
Pero, ¿qué fue realmente el asedio de Tiro? El asedio de Tiro es uno de los capítulos más fantásticos de la campaña de Alejandro en Asia y en el que se puede apreciar el carácter incansable del visionario macedonio. La antigua ciudad había sido conquistada en 373 a.C. por los babilonios, sin embargo las tropas del rey Nabucodonosor no pudieron con la pequeña isla, que se fortificó cada vez más hasta hacerse casi invencible. Trece años pasaron para que los babilonios dejaran la antigua ciudad de Tiro y cuarenta para que la isla pudiera ser conquistada.
En su avance hacia Oriente en el 332 a.C., Alejandro Magno, consciente de su fuerza tras el paseo militar que supuso la conquista de Sidón, se propuso conquistar Tiro y ofrecer un sacrificio en el Templo de Melkart-Hércules. Alejandro subestimó la fuerza y el orgullo de los tirios. Lograr un ataque directo era imposible debido a la solidez de la isla por lo que Alejandro Magno reunió a su grupo de arquitectos, con Diades de Larisa a la cabeza, y les encomendó la construcción de las más grandes máquinas de asedio conocidas a la vez que se creaba un muelle que debía cubrir la distancia que separaba el levante fenicio de la isla de Tiro. Las máquinas de guerra, montadas sobre plataformas sustentadas por varios trirremes, contaban con baterías de catapultas con resortes de torsión que eran capaces de disparar gigantescas rocas en sentido horizontal, y en lo alto balistas que lanzaban piedras y proyectiles incendiarios en sentido parabólico. En la parte superior contaban con escaleras que serían desplegadas para tomar las torres.
Durante el ataque, la ciudad fue devastada y murieron cerca de 8.000 tirios, de los cuales 2.000 fueron crucificados y colgados desde lo alto de las murallas. También murieron alrededor de 400 hombres de Alejandro Magno. El resto de tirios fueron apresados y vendidos como esclavos, salvándose solo aquellos que se refugiaron en el templo. Finalmente, sobre los escombros de la isla, Alejandro Magno ofreció un sacrificio a Melkart-Hércules tras el que se celebraron desfiles y festivales.
Con esta victoria Alejandro Magno pudo asegurarse la conquista de toda la costa oriental, evitando que los persas atacaran Grecia en cualquier momento y logrando un seguro abastecimiento para su ejército en su imparable avance hacia el Imperio Persa.
martes, febrero 27, 2007
La Biblioteca de Alejandría
Todos hemos oído hablar de la Biblioteca de Alejandría, pero ¿cuál es su historia? Alejandría, fundada cerca del delta del Nilo por Alejandro Magno el 30 de marzo de 331 a.C., acogió la mayor biblioteca de la antigüedad clásica. Según indican los escritos del obispo griego San Ireneo (130-208 d.C) Ptolomeo I Soter, uno de los mejores generales de Alejandro e iniciador de una dinastía de sangre griega en Egipto, fundó la Biblioteca y el Museo en el año 295 a.C., gracias al consejo de los sabios griegos Eudoxio, Demetrio de Falero, su primer director y bibliotecario, y del propio Aristóteles. Su hijo, Ptolomeo II Filadelfos, llevó a cabo la construcción del Faro, una de las siete maravillas del Mundo Clásico, y el Museo, este último considerado como la primera universidad del mundo en su sentido moderno, ya que compró e incluyó en él las bibliotecas de Aristóteles y Teofrasto, reuniendo 400.000 libros múltiples (symoniguís) y 90.000 simples (amiguís), como lo asevera el filólogo bizantino Juan Tzetzes (c.1110-c.1180) basado en una 'Carta de Aristeas a Filócrates' que data del siglo II a.C.
Por entonces los manuscritos se escribían sobre láminas de papiros, un vegetal muy abundante en Egipto, que crece en las orillas del Nilo. Según nos informa Plinio el Viejo (23-79 d.C) en su obra Historia Natural, a causa de la rivalidad de la Biblioteca de Pérgamo (Asia Menor) con la Biblioteca de Alejandría, Ptolomeo Filadelfos prohibió la exportación de papiro; en consecuencia, en Pérgamo se inició el uso del pergamino; éste se conseguía preparando la piel de cordero, de asno, de potro y de becerro, siendo el pergamino más resistente que la hoja de papiro y además ofrecía la ventaja de que se podía escribir sobre ambos lados.
Ptolomeo III Everguétis será el fundador de la Biblioteca-hija en el Serapeum (templo dedicado a Serapis, una divinidad que deriva de la unión de Osiris y Apis identificada con Dionisos), en la Acrópolis de la colina de Rhakotis, que sumará 700.000 libros, según el escritor latino Aulio Gelio (123-165 d.C). Ésta finalmente reemplazará a la Biblioteca-madre a fines del siglo I a.C., tras el incendio provocado durante las luchas entre los legionarios de Julio César y las fuerzas ptolemaicas de Aquilas, entre agosto del 48 y enero del 47 a.C. en el puerto de Alejandría. La Gran Biblioteca fue la más grande, rica e importante de la Antigüedad, sobrepasando a sus rivales de Atenas y Antioquía. No sólo griegos, sino también egipcios, fenicios, árabes, persas, judíos e indios buscaban en sus archivos y se sentaban en sus bancos de piedra, bajo sus pórticos, mirando el Faro y el mar azul... La cultura griega se enriqueció aquí, como las restantes, con el contacto de otras.
Su proximidad al mar fue causa accidental de su trágico destino. La mítica Biblioteca ardió como consecuencia de una acción militar de Julio César. Lo cuenta un hispano sobrino de Séneca, el historiador Marco Anneo Lucano (39-65 d.C), en su obra Farsalia: Julio César, en el 47 a. C., torpemente involucrado en las rivalidades dinásticas alejandrinas, y sitiado por el general Achillas en el palacio real de Lochias, a orillas del mar, mandó incendiar su propia flota, más de sesenta barcos anclados en el Gran Puerto oriental. El incendio se propagó rápidamente a los muelles, y de éstos a la ciudad real y los depósitos de la Biblioteca... "las casas vecinas a los muelles prendieron fuego; el viento contribuyó al desastre; las llamas eran lanzadas por el viento furioso como meteoros sobre los tejados. Los soldados egipcios tuvieron que abandonar el sitio de César para tratar de salvar Alejandría de las llamas". Lucio Anneo Séneca menciona en su 'De tranquilitate animi' la cifra de cuarenta mil libros quemados, citando su fuente, Tito Livio, contemporáneo del desastre. Plutarco también registra el incendio en su Vida de César. Julio César, sin embargo, en su Bellum Civile describe la batalla, pero silencia el desastroso incendio de la Biblioteca, argucia que no sirve sino para poner aún más en evidencia su responsabilidad en el desgraciado accidente. Otros también callarán, como Estrabón, Appiano o Cicerón. Y nadie, hasta el final de la dinastía Julio-Claudia se atreverá a contradecir la vesión de Julio César. Sólo se atrevieron a transgredir la censura política las clases senatoriales y republicanas opuestas al imperio y que consideraba a Julio César como un tirano.
El destino de la Biblioteca-hija no fue mucho más alentador. Durante el siglo IV d.C., tras la proclamación del cristianismo como la religión oficial del imperio romano, la seguridad de los santuarios griegos comenzó a verse amenazada. Los viejos cristianos de la Tebaida y los prosélitos monofisistas odiaban la Biblioteca porque ésta era, a sus ojos, la ciudadela de la incredulidad, el último reducto de las ciencias paganas. Por esa época parecía impensable que un siglo antes allí hubiera estudiado y formado cientos de discípulos un filósofo como Plotino (205-270), fundador del neoplatonismo.
La situación se tornó particularmente crítica durante el reinado de Teodosio I (375-395 d.C), el emperador que no aceptó tomar el título pagano de pontífice máximo y que trató de acabar con la herejía y el paganismo. Por orden de Teófilo, obispo monofisita de Alejandría, que había solicitado y conseguido un decreto imperial, el Serapeum, el complejo que contenía la preciosa Biblioteca-hija y otras dependencias fueron destruidos y saqueados. Tras el edicto del emperador Teodosio I que ordenó cerrar los templos paganos, esta magnífica Biblioteca-hija pereció a manos de los cristianos en el 391, fecha de la violenta destrucción e incendio del Serapeum alejandrino; las llamas arrasaron allí la última biblioteca de la Antigüedad. Según las Crónicas Alejandrinas, un manuscrito del siglo V, fue el patriarca monofisita de Alejandría, Teófilo (385-412), conocido por su fanático fervor en la demolición de templos paganos, el destructor violento del Serapeum. El historiador y teólogo visigodo Paulo Orosio (m. 418 d.C.), discípulo de san Agustín, en su Historia contra los paganos, certifica que la biblioteca alejandrina no existía en 415 d.C.: "Sus armarios vacíos de libros... fueron saqueados por hombres de nuestro tiempo".
Su desaparición significó la pérdida de aproximadamente el 80% de la ciencia y la civilización griegas, además de legados importantísimos de culturas asiáticas y africanas, lo cual se tradujo en el estancamiento del progreso científico durante más de cuatrocientos años, hasta que sería reactivado durante la Edad de Oro del Islam (siglos IX-XII) por sabios de la talla de ar-Razi, al-Battani, al-Farabi, Avicena, al-Biruni, al-Haytham, Averroes y tantos otros.